Por José Javier Rodríguez Alcaide
El capital social, representado por las instituciones, puede ayudar a crear capital intelectual o paradójicamente a destruirlo. Sabemos que una ciudad, lease Baena,puede competir con otras ciudades si dispone de una constelación de recursos permanentes, difícilmente imitable, como puede ser Torreparedones. Esos recursos son de carácter físico , humano e institucional. Debe haber una gran relación entre todos ellos y, de modo intenso, entre la organización institucional y el capital intelectual.
Hay ciudades, cuyas instituciones no colaboran entre sí, e incluso no son capaces de aprovechar el capital intelectual que existe en ellas. Las ciudades, que progresan, disponen de una trama compleja y reticular de instituciones que colaboran entre sí, apoyan al capital intelectual y lo acrecientan. Son instituciones que emplean sus escasos recursos en desarrollar altos niveles de mutua confianza, un control basado en normas y comunicarse estrechamente a través de fronteras porosas. Cuando las normas, usos y costumbres en un pueblo son antagonistas del cambio, del intercambio de ideas y de la cooperación, se destruye el capital intelectual y se osifican las instituciones al negarse estas a verse influidas por nuevas fuentes de ideas y de información.
Algunas ciudades prefieren no disponer de ciertas instituciones, porque crear y mantener formas de capital social, relacional y cognitivo es costoso en tiempo, energías y dinero. Aquellas ciudades o pueblos, conscientes de desarrollar un capital social, invierten y analizan su coste/ beneficio. Es obvio que ese coste crece exponencialmente en relación al tamaño de la Red creada entre instituciones. Hay mucho capital intelectual ocioso, representado por los jubilados, que no es invitado a formar parte de las instituciones, al olvidarse de que una Red relacional que funcione crea valor y ventajas para la sociedad.
El pueblo es una comunidad geográfica que sólo podrá competir si se organiza racionalmente en instituciones que entre sí colaboren y creen capital intelectual, pues el capital social es el subproducto de otras muchas actividades. Dondequiera que las instituciones operan en un contexto, caracterizado por relaciones duraderas con altos niveles de interdependencia, interacción y cercanía, se observa que tanto el capital social como el intelectual emerge con relativa alta densidad.
Un cercano ejemplo de creación de capital intelectual y social son Las Cuartas Jornadas de Historia del IES Carrillo de Sotomayor, organizadas en colaboración con el Grupo Cultural Amador de los Ríos, el Centro de Documentación Juan Alfonso de Baena, el Ayuntamiento del pueblo y otras instituciones. Esa Red social se amplía con cierto capital intelectual de la Universidad de Córdoba y de la universidad de Jerusalén.
He notado en Baena desde hace una decena de años cierto renacimiento de capital social e intelectual. Se dan narrativas compartidas, como son Torreparedones y el aceite de oliva con certificación de origen; se hablan códigos comunes en un lenguaje aceptado por todos. Las relaciones se basan en normas, compromisos, autoidentificación y mutua confianza lo que desemboca en obligaciones que se cumplen. He comprobado pequeñas estructuras institucionales que encuentran en el ayuntamiento, cooperativas, cofradías, etcétera, cierto deseo de intercambiar capital intelectual, anticipación del futuro mediante la combinación de inteligencias para multiplicar resultados.
Si en Baena continúan multiplicándose las instituciones de capital intelectual y social, entre sí colaboradoras, el pueblo ganará su futuro y estará entrenado para ello. El acontecimiento comentado es buen ejemplo de este pensamiento.
José Javier Rodríguez Alcaide es Hijo predilecto de Baena.
NOTA: La fotografía es de Miguel Párraga.