En las próximas líneas sintetizaremos la conferencia que impartimos el 19 de enero de 2013, bajo la organización del Centro de Documentación Juan Alfonso de Baena y con la colaboración del Grupo Cultural Amador de los Ríos, sobre la figura del militar, escritor e historiador Francisco María Valverde y Perales, fallecido el 7 de julio de 1913.
Por FRANCISCO EXPÓSITO
En las próximas líneas trataremos de sintetizar la importancia de Valverde y Perales para nuestra historia local, el valor y la actualidad de sus investigaciones y por qué hay que recuperar su trayectoria. En Francisco Valverde y Perales encontramos a uno de los baenenses más influyentes de la localidad por la trascendencia que tendría su investigación histórica sobre los orígenes y la evolución de la antigua villa, pero también para descubrir a algunos de los personajes más destacados de la localidad. Su Historia de la Villa de Baena hay que considerarla como una de las grandes obras temáticas de la primera mitad del siglo XX en la provincia. Esta faceta como historiador hay que complementarla además con sus destacadas investigaciones arqueológicas.
Algunos artículos biográficos aparecidos tras la muerte de Valverde y Perales aseguraban que “Paquillo el Molinero”, como era conocido en la época, llegó a los 18 años sin apenas saber leer y escribir. Sin embargo, esta hipótesis hay que descartarla, como se encargará de demostrar José María Ocaña Vergara, que defendió en 1976 una tesis doctoral sobre Valverde y Perales en la Universidad de Granada. Ocaña Vergara aseguró que Valverde y Perales “asistió a la escuela pública y en ella se distinguió desde muy temprana edad por su asiduidad y constancia que lo convirtieron en el modelo de sus compañeros y en la admiración de sus maestros (…). Su afición al estudio aumentó sin cesar y ello indujo a su familia a pensar hacer cuantos sacrificios fueran necesarios para labrar un porvenir mejor a su hijo”. Como solía ser habitual en la época, la cultura autodidacta era determinante en la formación de muchos destacados intelectuales y artistas. Y así sucedió con Valverde y Perales.
Francisco María Valverde y Perales nació en la Plaza Vieja el 1 de octubre de 1848 en el seno de una familia humilde y trabajadora. Fue bautizado en la iglesia de Santa María la Mayor. Asistió a la escuela pública, destacando por su inteligencia y su constancia en los estudios. Compaginó sus estudios mientras ayudaba a su familia en el sustento. En Córdoba intentó continuar su formación mientras trabajaba, aunque no pudo culminar su instrucción, por lo que marchó a Sevilla y después a Cádiz. La falta de medios le llevaron a alistarse en el ejército.
El joven inquieto baenense hubo de superar la resistencia de sus padres para ingresar en la carrera militar, incorporándose al Regimiento de Cantabria el 1 de enero de 1868. Tenía 19 años y poco después marchó a Cuba, donde ascendió en la Guardia Civil. Tras regresar a España, al apaciguarse el primer levantamiento de la isla, Valverde y Perales es nombrado alférez en 1876 por méritos de guerra y al año siguiente, capitán, cerrando el escalafón militar como comandante. Los reconocimientos se le acumularon al futuro historiador, que recibió en 1881 la Cruz de Isabel la Católica y en 1888 la Cruz de San Hermenegildo, entre otras distinciones.
Ya en España, el militar baenense se entregó de lleno a la lectura, la investigación y la escritura. En 1892 estrenó en Toledo su drama Heridas de la honra y en 1900 recopiló Leyendas y tradiciones de Córdoba, Granada y Toledo (Gráficas Cañete la reeditó en 1973 con prólogo de José María Pemán). Al año siguiente sería la villa de Baena quien le reconocería su labor profesional y artística con la rotulación en su honor de la antigua Plaza Vieja o de Abajo.
Rodrigo Amador de los Ríos, en el prólogo de la Historia de la Villa de Baena, hizo hincapié en 1903 en los orígenes humildes de Valverde y Perales al afirmar que había nacido “en modesta y no muy holgada esfera”. Durante su ascenso en el escalafón militar también dedicó su tiempo al estudio de la literatura y la historia. “Aquellos libros, con ansia verdadera devorados por el afán insaciable del joven oficial Valverde, monstráronle horizontes por él nunca vislumbrados, un mundo nuevo y desconocido, cuya conquista ambicionó desde entonces; y Colón de sí propio, a fuerza de prodigiosas energías, supo descubrir en su espíritu secretos no sospechados, tendencias, de que no había tenido asomos nunca; y con el tesoro de cultura acumulado en esta forma, acertó a granjearse concepto lisonjero entre sus jefes, consideración y estima entre sus compañeros los oficiales del ejército, respeto cariñoso entre sus subordinados”, escribirá Rodrigo Amador de los Ríos.
La trayectoria del militar, arqueólogo e historiador baenense fue reconocida en vida, aunque a su muerte alcanzó amplios elogios. Uno de los grandes trabajos de reivindicación lo acometió José María Ocaña Vergara, que presentó en 1976 en la Universidad de Granada su tesis doctoral sobre la obra poética de Valverde y Perales. Ocaña Vergara es uno de los principales investigadores en la figura del historiador baenense. El 12 de mayo de 1971 pronunció su primera conferencia sobre Valverde y Perales, a la que siguieron distintos artículos. En la introducción de su tesis remarcará la importancia del historiador: “Don Francisco Valverde y Perales, ilustre militar, esclarecido poeta y sabio historiador, arqueólogo e investigador, conjuntó los méritos puestos por Cervantes en boca de don Quijote al ensalzar las Armas y las Letras en aquel famoso discurso de la inmortal novela, gloria de la narrativa española y universal”. Ocaña Vergara resaltó su austeridad y sobriedad: “En sus escritos poéticos y científicos, en sus investigaciones arqueológicas, en sus éxitos indiscutibles de los que dan fe las condecoraciones y premios, siempre se destacó por su extrema modestia que seguramente anubló su fama”.
El reconocimiento de Baena, como comentamos anteriormente, le llegó pronto a Valverde y Perales, destacando su capacidad investigadora sobre la historia del municipio. El Pleno municipal del 20 de diciembre de 1901 había tomado el siguiente acuerdo: “Que siendo una obligación moral de los pueblos enaltecer y perpetuar el nombre de sus hijos predilectos, de aquellos que se distinguen por sus virtudes, por su ilustración o por su talento y queriendo hacer justicia a los méritos excepcionales de don Francisco Valverde y Perales, natural de esta villa, pundonoroso militar y correcto escritor, autor de varias obras y que en la actualidad está escribiendo la Historia de Baena, evidenciando su gran patriotismo y el cariño que profesa a su país natal, se varía el nombre de la Plaza Vieja, que en lo sucesivo se denominará Plaza de Francisco Valverde”.
El historiador José Luis Casas, gran conocedor de la historiografía provincial, remarcaba su importancia en 1995 en un artículo publicado en el diario Córdoba: “Valverde y Perales nos mostró el camino para construir una historiografía local diferente a aquella que Domínguez Ortiz califica como “ameno solaz de eruditos sin gran trascendencia ni valor general… (y que) no suelen interesar por su limitada significación más que a los hijos de la localidad respectiva”. Valverde y Perales “mostró el camino para construir una historiografía local diferente” a la simple cronología de acontecimientos, ya que “utilizando documentación muy diversa nos ofrece un análisis histórico muy diferenciado al de la mayoría de obras de la provincia”.
Sus colaboraciones en El Defensor de Baena eran habituales al ir desgranando la historia de la localidad y la biografía de personajes destacados del municipio. En 1901 ya había iniciado sus investigaciones arqueológicas y al año siguiente la Real Academia de la Historia lo nombra miembro correspondiente. En 1903 publicará la Historia de la Villa de Baena, aunque su labor investigadora se verá acentuada a partir de 1904, cuando se retiró del servicio militar y se establece definitivamente en Baena. Entonces, continúa sus excavaciones en el cerro del Minguillar, donde se encontraba la antigua Iponuba.
En 1907 dará a conocer la recopilación de las Antiguas Ordenanzas de la Villa de Baena, otro magno trabajo en el que compila las ordenanzas en vigor durante los siglos XV y XVI. Muy pocos municipios conservan un estudio de este valor en el que se recogen las leyes y ordenamientos dictados bajo el señorío de la Casa de Córdoba en aquellas centurias.
Valverde y Perales recopiló en su libro Leyendas y tradiciones las leyendas de Toledo, Córdoba y Granada, pero también algunas de Baena en las que hace bellas descripciones de la localidad, como la recogida en “La prisión de Boabdil”: “De Córdoba en la frontera/y a Granada ya vecina,/donde la morisca impera,/hay una villa altanera/sobre una fuerte colina. Galas ostenta y primores/de naturaleza y arte…”.
Su única obra de teatro fue Heridas de la Honra, publicada en 1896 en Toledo y que se representó en Baena en 1904 en el Teatro Principal.
Y si importante es su faceta como historiador, no es inferior su trascendencia como arqueólogo. A Valverde y Perales hay que reconocerle su fundamental contribución al reconocimiento del yacimiento arqueológico del cerro del Minguillar, donde se localizaba la ciudad de Iponuba, y en el que encontró destacadas piezas. Esas excavaciones las promovió tras una visita al lugar en diciembre de 1901. Los hallazgos no tardaron en aparecer y el 7 de enero de 1902, acompañado de un labriego baenense, decidió iniciar una excavación en una zona en la que se secaba la siembra al poco de dejar de llover. Un golpe seco de la azada en una piedra provocó que se desprendiera un fragmento de mármol blanco. La retirada cuidadosa de la arena permitió descubrir una estatua de una matrona, a la que le faltaban la cabeza, los brazos y la parte inferior. Muy cerca apareció otra estatua. En esta ocasión era un togado, también sin cabeza ni brazos. La tercera estatua que localizó Valverde y Perales fue una escultura de un niño, con una toga también, y junto a ella una mano con un cetro roto. Valverde y Perales identificó este grupo escultórico como una representación de la pareja imperial Livia y Augusto, junto a su sucesor.
En Valverde y Perales encontramos también la primera persona que reivindicó la importancia del Crismón de Baena al colocarlo en la portadilla de la primera edición de su Historia de la Villa de Baena. El hallazgo del Crismón lo describe Valverde y Perales así: “De otro curioso y reciente descubrimiento, hecho por unos trabajadores en terrenos contiguos a Iscar, vamos a dar noticia a nuestros lectores. Dentro de un antiguo sepulcro hallaron aquellos una cruz de metal fundido, que mide 34 centímetros de alta por 25 centímetros de anchura en los brazos: tiene pendientes de estos el alfa y la omega, primera y última letras del alfabeto griego, anagrama del nombre de Jesucrito, principio y fin de todas las cosas…”. Valverde lo donó en 1902 al Museo Arqueológico. Un nieto de Valverde y Perales, Manuel Cassani, contribuyó, junto a Juan Torrico, a recuperar el crismón de Baena como símbolo de los baenenses. En 1973 encargó en la joyería de Albalá tres crismones de oro. A partir de ese encargo, y con el molde hecho, comenzó a extenderse el interés de los baenenses por esa pieza arqueológica. Juan Torrico Lomeña también impulsaría su importancia al proponer que fuera el símbolo de la Agrupación de Cofradías desde sus inicios en 1977. Después, algunas hermandades asumieron la cruz visigoda y fue adoptada de manera generalizada por la ciudad como símbolo identificativo de lo baenense.
Casi nadie se percató de las escuetas informaciones que sí aparecieron en diarios como El País o Abc en 1993. El robo del crismón parecía ser una leyenda de las que describió Valverde y Perales en 1900. Las ediciones nacionales de los dos periódicos recogían en una columna cómo se había producido el hurto. “Una cruz visigoda, importantísima desde el punto de vista arqueológico aunque de escaso valor económico, fue robada el pasado 6 de julio del Museo Arqueológico Nacional…”, escribía el diario Abc en su edición del 9 de julio. La falta de medidas de seguridad para proteger la pieza que se encontraba en la exposición permanente del museo fueron apuntadas desde el principio. Así, a pesar del tamaño del crismón, 34 centímetros de alto por 26 de ancho, las fuentes consultadas por el diario señalaron que era “relativamente fácil sustraerla, ya que hay gran cantidad de objetos colgados en las paredes y ha podido salir oculta entre unas ropas amplias o envuelta en un jersey o chaqueta”. En el mismo sentido se manifestaba El País el mismo día: “La pieza se exponía sin ningún tipo de protección en un diorama que reproduce un ábside de iglesia visigoda. Al ladrón le bastó con saltar sobre una tarima y coger la cruz (…)”. Este año se cumplen 20 años de la desaparición. En el Museo Arqueológico hay colgada una réplica de la cruz. No se sabe nada del original.
Las excavaciones en el cerro del Minguillar continuaron y los restos siguieron surgiendo. El 15 de septiembre de 1903 apareció una escultura sedente femenina, provista de cornucopia y con la cabeza de Livia. Esta escultura de Livia fue la pieza fundamental de una exposición sobre Roma que se organizó en 2012 en Córdoba y que conserva el Museo Arqueológico de Madrid. Al día siguiente se encontró una escultura acéfala de un joven. Ante la importancia de los descubrimientos se impulsó la Sociedad Arqueológica de Baena, que fue presidida por Valverde y Perales. El 16 de octubre apareció otro togado, partido por la mitad, y un pequeño busto en mármol de una matrona. El historiador baenense inició en diciembre de ese año los trámites para proceder a la venta de las piezas al Museo Arqueológico Nacional. Rodrigo Amador de los Ríos, comisionado del museo, tasó y valoró el conjunto, confirmando el precio solicitado por Valverde y Perales: 40.000 pesetas. Sin embargo, en febrero de 1904, se falseó el informe y se redujo la cifra a 10.000 pesetas, más 1.500 pesetas en gastos de transporte y de instalación. Ese fue el precio final que pagó el museo en 1910 por 265 objetos procedentes del Minguillar. En esta operación figuraban cinco estatuas de personajes togados y dos figuras femeninas sedentes. De no haber sido por el metódico trabajo que se siguió, posiblemente hoy podrían haber desaparecido algunas de las importantes piezas que configuran Iponuba como uno de los grandes yacimientos de la época romana.
Llegamos al fallecimiento de Valverde y Perales. El censo de 1910 dice que en Baena hay 14.730 empadronados, de los que 10.622 no saben leer ni escribir, es decir, el 74% de la población es analfabeta. La tendencia se mantendrá con escasas variaciones hasta los años treinta y sólo al término de la Segunda República se observa un incremento del porcentaje de baenenses que saben leer y escribir.
El año que falleció Valverde y Perales, la antigua villa de Baena se convertirá en ciudad unos días antes de que muriera el historiador. El Ayuntamiento había solicitado al Gobierno su reconocimiento tras acuerdo del 12 de junio de 1913, “por su historia, su antigüedad, su población, que es la ciento once de España, según el censo de 1900, su patriotismo”. Las gestiones pronto dan resultado. El 26 de junio se celebra una sesión ordinaria en la que se comunica la feliz noticia. La Gaceta de Madrid, antecedente del BOE, incluye el real decreto en su página 862: “Queriendo dar una prueba de mi Real aprecio a la Villa de Baena, provincia de Córdoba, por el desarrollo de su agricultura, industria y comercio y su constante adhesión a la Monarquía: vengo en concederle el título de Ciudad. Dado en Palacio a veintidós de junio de mil novecientos trece. Alfonso. El ministro de la Gobernación, Santiago Alba”.
El otro gran acontecimiento para la ciudad en ese verano de 1913 fue la cesión del aljibe del castillo, lo que permitiría a partir de entonces la mejora del suministro de aguas a la población. La sesión del 10 de julio también recoge que ya se había hecho la escritura de traspaso por su propietario, Francisco Peñaranda y Lima. Esta cesión, por la que se aprobó un voto de gracia para dicho señor, permitirá “la traída de aguas de la Fuente de Baena, una vez que ya había depósito bastante para traerla”. Varios años tuvieron que pasar para la traída del agua desde la Fuente de Baena y muchos más para la restauración definitiva del castillo de Baena. La finalización de las obras de conducción de aguas desde la Fuente de Baena se produciría en el verano de 1917.
En esos días se habla en Baena de la celeridad de las obras de la estación de ferrocarril. Baena tendrá estación de ferrocarril tras arduas gestiones, aunque tardaría en inaugurarse, pues la feliz noticia no se produciría hasta cinco años después. Preocupa la baja cosecha de aceituna, es escasa la de habas y cebada y, según indica el corresponsal del Diario de Córdoba, hay un poco más de trigo y se espera una buena campaña de uva.
El acta de defunción del ilustre vecino recoge la causa de la muerte: “En la Villa de Baena a las diez de la mañana de hoy siete de julio de mil novecientos trece, ante D. Rodrigo Cubero Villarreal, juez municipal y D. Antonio Tenorio Vázquez, secretario, compareció Antonio Rabadán Valverde, casado mayor de edad y de esta vecindad domiciliado en la calle Llana, manifestando que don Francisco Valverde Perales ha fallecido en su domicilio Calle Alta el día de hoy a las tres de la mañana a consecuencia de cirrosis hepática, de lo que daba parte en debida forma como sobrino del finado”.
Este año se ha conmemorado el centenario de su fallecimiento y Baena ha de rendir el justo tributo a don Francisco María Valverde y Perales. El Centro de Documentación Juan Alfonso de Baena, con la colaboración del Grupo Amador de los Ríos y otras entidades, ha desarrollado una serie de actos conmemorativos que han reivindicado su figura y obra. Se trataba, como escribió el corresponsal de El Defensor de Córdoba tras fallecer Valverde y Perales, de no olvidarlo: “Hombre de las cualidades del señor Valverde es digno de nuestra estimación y acreedor a que jamás le olvidemos; verdad es que hace algunos años el ilustre Ayuntamiento de esta ciudad acordó como lo hizo poner su nombre a una de las plazas de ésta; verdad es que sus últimos días los ha pasado entre nosotros, querido y respetado por todos, rindiendo así verdadero culto a aquella despejada inteligencia y viva imaginación, que tantos versos compuso, como se leen en sus apuntes históricos, Toledo, Córdoba y Granada, y a aquella bien templada e incansable voluntad, hasta que dio fin a la amplia y bien documentada Historia de Baena; pero es necesario que jamás le olvidemos, y cuando repitamos su nombre sea para alabarlo y bendecirlo. Descanse en paz…”.
De eso se encargó el Ayuntamiento de Baena en 1948, que organizó distintos actos para conmemorar el centenario del nacimiento de Valverde y Perales y se le entregó la medalla de oro. De ese homenaje surgió también la publicación Baena en la historia, de Manuel Rodríguez Zamora, padre de José Javier Rodríguez Alcaide, hoy con nosotros. Rodríguez Zamora ganó una de las dos modalidades del concurso que se celebró con motivo del tal efemérides.
Ese año, entre las escasas publicaciones que se editaban en Baena, si no es la única, se encontraba la revista Baena Fiestas, que también se quiso unir al centenario con unas modestas palabras de Julio Quesada: “Consideramos embarazosa la situación, porque reconocemos nuestra insignificancia y falta de preparación para cantar como se merecen las virtudes que fueron crisol de tan dilecto hijo. Pero no seríamos tampoco justos, si por temor a no quedar bien como escritores, dejáramos pasar la fecha del Centenario, sin dedicar, siquiera sea en nuestro tosco lenguaje, unas palabras de recuerdo a la memoria del que hipotecó su vida en el servicio de la cultura y de la patria (…)”.
La personalidad de Valverde y Perales, forjada en el trabajo y la constancia formativa, se afianzó a medida que pasaban los años. El historiador no tuvo problemas en criticar aquello que veía incoherente con la modernidad del siglo XX en una sociedad, la baenense, demasiado anclada en la tradición. Sus divergencias con algunos miembros de la burguesía y clase alta baenense las trasladó al verso. Valverde y Perales dejó constancia de su amor y defensa de Baena, de las clases humildes y la necesidad de incrementar su formación. En su Historia de la Villa de Baena instó a los obreros a unirse en sociedades para defender sus intereses e incrementar su instrucción. “Tiempo es ya de que los obreros baenenses piensen en mejorar sus condiciones, asociándose para socorrerse en los días adversos, cuando les falta la salud o el trabajo, y para proporcionar a sus familias un pedazo de pan el día en que la muerte las prive de su amparo y de su jornal. Esas sociedades deben tener también por objeto el recreo honesto y la mejora de la instrucción en los obreros, que tan atrasada se encuentra en Baena…”.