“Esperanza navideña en que tengamos televisión pública”
Por Manuel Piedrahita (*)
Llevaba mucha razón un editorialista de ‘El Mundo’ cuando afirmó que la televisión pública es necesaria. Habría que añadir, e imprescindible. No sólo el citado periódico sino otros medios impresos de comunicación y sobre todo ex profesionales de RTVE, apelan a la necesidad de que es necesario “redefinir su modelo”. Según mi opinión, que no es de ahora sino de 1980 cuando se aprobó el Estatuto de RTVE, aquel modelo fue nefasto. Ahí están los resultados pese a la redefinición de hace siete años con el nombramiento de Luís Fernández como presidente de la Corporación o antiguo Ente; y el advenimiento dos años mas tarde de un nuevo presidente, Alberto Oliart. En mi libro “TVE en la encrucijada. El devenir de la televisión pública ante el reto de emitir sin publicidad” (2010), me sorprendió tal nombramiento teniendo en cuenta su avanzada edad. Pero no faltó quien lo interpretó “como un pacto entre los dos partidos para dejar a RTVE languidecer hasta su cierre definitivo”. Si a esto añadimos el gran error de suprimir toda la publicidad, como opiné en el citado libro, ya tenemos un síntoma más de la “enfermedad crónica” que aqueja a RTVE.
Ese cambio tan drástico, de mucha publicidad a nada de anuncios lo anunció el presidente Zapatero ante el grupo socialista del Congreso (14/4/2009): “Habrá una reducción drástica de la publicidad” Era cierto que TVE programaba como las cadenas comerciales al emitir tanta publicidad. Pero esa “drástica” medida era condenar de inanición económica a RTVE. Algo así como condenarla a su desaparición. Una desgracia.
He de confesar que mis opiniones sobre cómo debería ser una verdadera televisión pública están mediatizadas por el largo contacto que tuve con las cadenas alemanas durante mi etapa profesional en la Republica Federal. Experiencia como televidente, como periodista audiovisual y sobre todo por la experiencia alemana tras la radiotelevisión estatal de Hitler y Goebbels.
Dieter Stolte, que hizo su carrera profesional en la televisión pública alemana hasta llegar a Director General de la ZDF (no fue antes registrador de la propiedad, notario, o portavoz del Gobierno, etc.) escribió en 1992: “La televisión pública no es un instrumento de dominación estatal sino un medio de comunicación de masas. Es el mismo Ejecutivo quien tiene que defender esa idea, lejana de la radiotelevisión del Estado”
Creí yo ingenuamente que tras la muerte de nuestro casi perenne dictador se podría aquí aplicar algo parecido. Me decían mis colegas de Bonn: “La televisión publica alemana no es estatal, es de la sociedad que es quien la paga mediante un canon”. Televisión pública del público, sufragada por sus usuarios, los espectadores. Y recordaban la radiotelevisión propagandística del nacionalsocialismo., más radio entonces que la incipiente televisión.
El Estatuto de RTVE prefirió mirar al pasado y es comprensible si tenemos en cuenta que Adolfo Suárez fue Director General de aquella televisión estatal, la del “parte” en Radio Nacional. Tras el consenso entre UCD y PSOE, Abril Martorell y Alfonso Guerra pusieron la guinda: “Hoy por ti y mañana por mi”. Y así sigue hoy esta aparente “boutade”, con el cinismo de que cuando los unos sustituyen a los otros, empiezan las críticas y viceversa: el malo Urdaci y la mala Iglesias. No hay televisión pública sino cadenas privadas de los gobiernos de turno. Basta con echar una mirada a las televisiones autonómicas, donde la propaganda partidista en unas se nota mas y en otras menos. La perversión del lenguaje llama servicio público a lo que generalmente no lo es. En mi libro “El rapto de la televisión pública” (1994) lo digo ya en el título sin andar por las ramas. Tengo entendido que ni al PP ni al PSOE le gustó el título y menos aún el “leit motiv” de su contenido.
El catedrático de Derecho Administrativo, Santiago Muñoz Machado reflexionó sobre el concepto “servicio público” en un artículo muy clarividente publicado en ABC (2005): “Desde hace más de un siglo las leyes administrativas usan el concepto de servicio público para referirse a la organización de las administraciones públicas que ofrecen prestaciones de utilidad relevante para el ciudadano. Desde el abastecimiento de agua, de la sanidad o la educación. Esa es la noción que el estatuto de RTVE, de 1980, utilizó para aplicarlo a la televisión”. Y refiriéndose a nuestro Alto Tribunal escribe:
“Aunque el Tribunal Constitucional ha colaborado con su jurisprudencia a mantener la confusión., es más que claro que el concepto de servicio público aplicado a la televisión no tiene nada que ver con la manera de cómo se organiza dicha televisión y ni siquiera con su vinculación al poder político (…) Un servicio que ha de ser gestionado con suficiente independencia para evitar la interferencia sobre los contenidos de la programación, por el Gobierno de turno”.
El Tribunal Constitucional alemán en una sentencia memorable fue claro y tajante ante la demanda de un ciudadano que se negaba a pagar el canon obligatorio porque según alegó, “nunca conecto con las cadenas públicas”. El principal ´considerando´ del citado Tribunal, argumentaba entre otros aspectos que la televisión pública necesita viabilidad económica ya que es imprescindible su existencia para ofrecer una programación que las cadenas comerciales no suelen emitir. Así pues, están obligados a pagar el canon todos los ciudadanos alemanes y extranjeros residentes, sintonicen o no las cadenas públicas.
DEGRADACIÓN DE TVE
A mi no me extraña la degradación a que ha llegado TVE y me da un cierto resquemor la falta de muchas cosas, pero sobre todo de la excelencia que debe tener una cadena pública para diferenciarse de las comerciales. Gracias a mi parabólica y al satélite Astra, veo a diario los noticieros de las dos cadenas públicas alemanas federales, ZDF y ARD. Son, como las cadenas regionales de los “Länders”, modelos a imitar en cuanto a profesionalidad periodístico-audiovisual y, por supuesto, en su predisposición a la objetividad.
La televisión pública alemana procura que sus servicios informativos estén más acorde con la tradición del periodismo impreso, aunque visualmente son un modelo de claridad informativa. Muchos realizadores españoles de los servicios informativos, influenciados por el espectáculo más que por su obligación de informar con claridad, actúan olvidando que el medio televisión es distinto al medio radio y al medio periódico impresos. Ejemplo anecdótico, pero ejemplo al fin y al cabo lo tenemos en las retransmisiones futbolísticas Los locutores nos agobian relatando lo que vemos, como si fuésemos ciegos u oyentes de radio: “El balón pasa por encima de la portería, saca con la pierna derecha, da en el poste, etc. etc.
Otros ejemplos. Los devaluados “directos” se utilizan, en mi opinión, como churros ya que la mayoría de las veces no vienen a cuento. Con la particularidad que a los pocos segundos se “devalúa” o minimiza al redactor/ra, e incluso a los corresponsales en el extranjero, destacando más unas imágenes que en general nada tienen que ver con lo están diciendo. Técnica que puede utilizarse en contadas ocasiones, ahora es la norma general en todas las cadenas y, también, en toda clase de tertulias. Aparte del defecto técnico sale a relucir otros muchos peor: nuestra atávica intolerancia, interrumpiendo a cada momento al que tiene la palabra. Nadie remedia ambas cosas. Como tampoco la “ancestral” manera de retransmitir el fútbol que además sale caro. Las retransmisiones alemanas están a cargo de un solo locutor que al no hablar tanto sobre lo que se ve, tiene tiempo de comentar las tácticas y los motivos técnicos de ambos equipos.
En mi libro “El periodismo, carrera universitaria” (1972) ya cité, y lo he repetido muchas veces a lo largo de tantos años, a un periodista norteamericano crítico con el “modus operandi” de las cadenas comerciales USA: en sus programas informativos “Algo que se mueva aunque sea una banalidad”.
Pues eso es lo progre y “moderno” que nos invade cuando intentamos enterarnos lo mejor posible de lo que pasa aquí o en el mundo. Y como estamos en Navidad, no perdamos la esperanza de que algún día los Reyes Magos, o el señor gordinflón vestido de rojo, nos traigan una verdadera televisión pública.
(*) Manuel Piedrahita fue corresponsal de TVE en Alemania.
BOLETIN 54 ENE2015 PIEDRAHITA