Incluimos, a continuación, las palabras que pronunció Marivi Ruiz de Prado, secretaria del Grupo Amador, durante la presentación del cuaderno «Elogio de Andalucía». Tras el texto situamos el enlace para la descarga del cuaderno editado por el Grupo Amador de los Ríos.
PALABRAS DE MARIVÍ RUÍZ DE PRADO
Tras esta disertación de Francisco Expósito, que nos ha situado a Vázquez Ocaña en el contexto de sus primeros años en el exilio, voy a comentar brevemente esta publicación editada por el Grupo Cultural dentro de su colección de cuadernos de arte, literatura e historia local y con el que inicia la conmemoración del 50 aniversario de su fallecimiento. Se trata de una conferencia que pronunció el periodista baenense en el Centro Andaluz de México para inaugurar un ciclo de conferencias que el propio autor define como una «evocación sentimental e histórica de Andalucía». La conferencia fue impartida el 6 de mayo de 1943, y como Expósito comenta en el prólogo, ha sido parte de la documentación presentada en su tesis doctoral. Ahora se edita por primera vez en España.
Su título «Elogio de Andalucía» no deja lugar a dudas y como tal está planteado en tono de alabanza. Pero no nos equivoquemos pues no estamos, como podríamos pensar tras la deriva de lo que hoy es un elogio, ante un texto lleno de epítetos grandilocuentes, sensibleros ni mucho menos plagado de estériles tópicos y lugares comunes. Estamos ante un texto que desgrana fina, ponderada y sensiblemente el discurrir de Andalucía y, sobre todo, que huye del estereotipo de lo andaluz, tan dañino, al que hoy empezamos ya a acostumbrarnos y para el que, textos como este, de hace más de 70 años, son el mejor y necesario antídoto.
En «Elogio de Andalucía» Vázquez Ocaña hace un recorrido por su historia apoyado en los principales hitos de nuestra cultura. En los párrafos iniciales, que hoy más que nunca nos suenan a rabiosa actualidad, contrapone el espíritu de lo andaluz frente a los intereses separatistas de otras comunidades de España. Se refiere a Andalucía –«la de las noches perfumadas»–, como una tierra que «rebasa el angosto concepto nacionalista». A lo largo de todo el texto intuimos la sensibilidad del autor y su aprecio por la poesía así como nos distrae con anécdotas que nos arrancan alguna sonrisa cómplice. Y se atreve a definir lo que es el «ángel» con bastante acierto, por cierto. También con gran elocuencia se queja de que «el exceso de fama en el orden de lo pintoresco, del costumbrismo, nos ha dañado mucho a los andaluces». En contraposición al estereotipo del andaluz chistoso e indolente destaca al laborioso, duro en el trabajo y, sobre todo, de espíritu despierto y fino fundamentando este ‘saber estar’ en el sedimento de las muchas culturas que nos han poblado.
Así, comienza su discurrir en el genio de Roma y la huella que Andalucía dejó en el Imperio, luego detalla la adopción sin vacilaciones del Catolicismo y la irrupción del mundo árabe donde los andaluces siguen siendo singulares y universales y donde «el cambio de cultura se producirá por ósmosis recíproca» Es crítico con los historiadores en el uso del término Reconquista y se admira ante una cualidad de la que, desde luego, nos hemos de sentir orgullosos: la Tolerancia de la que, concretamente Córdoba ha hecho gala a lo largo de su historia. Razona con gran manejo las aportaciones literarias y artísticas de árabes, mozárabes, moriscos y judíos deteniéndose en los principales hitos marcados por los autores y las obras que dejaron para la Literatura universal. También imagina el encanto de la vida de Córdoba, Sevilla o Granada bajo el Emirato y lo mucho de caballeresco y romántico que expresan los romances de frontera. Destaca asimismo el respeto de Fernando el Santo al conquistar Córdoba ante el edificio capital de su cultura, la Mezquita, «poniendo en el haber del catolicismo la conservación del maravilloso Bosque de Columnas» y a Alfonso X el Sabio como el monarca que supo «percibir el espiritual fermento del Islam».
Y continua desgranando la huella en –y de– América no sin antes preguntarse «qué substrato espiritual nos ha quedado de tanto sedimento». La respuesta, eso sí de 1943, les animo a que la descubran con la lectura de este Elogio. Quizás nos animemos, 70 años después, a explorar de nuevo y tal vez a cuidar esa senda de cultura, sabiduría y tolerancia que tantos frutos nos ha dado.
Marivi Ruiz de Prado