Baena significa mucho para mí. Yo vine al mundo gracias a Baena porque mis padres allí se conocieron recién ganadas sus plazas como maestros de escuela.
El signo de Baena, su Crismón, está en mí de modo indeleble. Es algo más que doce años de mi infancia cerca de Plaza Vieja. Es algo más que San Francisco y San Bartolomé y que el arroyo Marbella. Es Santa María la Mayor, Madre de Dios y la Al medina, símbolos de lo que mi pueblo fue en la Edad Media. También el Cancionero de Juan Alfonso, cercano a un Rey y capaz de compilar tan bellos poemas. Y los misereres en Cuaresma, vestigio de una sociedad compungida y pecadora.
Al fin siempre vuelvo a la campana triste de San Bartolomé cuando en mi niñez tocaba a muerto y al camino de los molinos que funcionaban aguas abajo del Marbella.
Otra vez aparece el tono morado y el valor de los hermanos de andas del Nazareno, resonancia cristiana que sonará en mi mente mientras esté en la tierra.
Importante para mí haber estado en el Juan Alfonso de Baena, junto al Parque y subir en los caballitos de madera durante el jubileo de agosto en plaza vieja.
Haber olido el polvo de las eras y el untuoso olor de la torcida humeante y mojada en aceite de oliva desde el candil cuando se iba la luz en mi casa de Baena.
Todo eso es para mí sacramental.
Todo eso es Baena.
Fotografía: Interior de la iglesia de San Bartolomé antes de su última restauración.