Hasta ahora no ha habido nadie que supere la profundidad en la descripción de lo que significa ser judío en Baena. El periodista Manuel Piedrahita Ruiz escribió en 1926 un elogio al que los baenenses tenemos que recurrir siempre. Piedrahita Ruiz publicó el texto en la revista ‘Andalucía Ilustrada’, en febrero de 1926, donde era redactor jefe el también baenense Fernando Vázquez Ocaña. El siguiente párrafo es un ejemplo de la culminación de su elogio: “El tambor y el judío están de una forma tal ligados, que el tambor y el judío son una misma cosa. Si el tambor está risueño, si tiene sonido de plata, la alegría del judío, en su risa dichosa, es de plata también. Si el tambor está triste, si su voz es ronca, no tiene límites la tristeza del judío”.
Incluimos a continuación el texto completo y el artículo tal y como se publicó.
«EL JUDIO
por Manuel Piedrahita
¿Y la chaqueta? ¿Y el plumero? ¿Y la «cola»? ¿Y el casco?…
El «judío» es un hombre que acabará neurasténico. Sus trabajos, sus desvelos para que llegado el día de la procesión todo esté dispuesto, no se comprenderían si desconociéramos que el «judío» es un hombre que pone en el tambor toda su alma y que en él se deja, gustosísimo, buena parte de sus energías… El tambor y el «judío» están de una forma tal ligados, que el tambor y el «judío» son una misma cosa. Si el tambor está risueño, si tiene sonido de plata, la alegría del «judío», en su risa dichosa, es de plata también. Si el tambor está triste, si su voz es ronca, no tiene límites la tristeza del «judío».
Pero el «judío» no solo quiere y defiende a su tambor, sino que, también, quiere a la reunión de todos sus compañeros, a su «turba» y la defiende con heroica tenacidad… Así, si pertenece a la de la «cola negra», llamada así por el color de la crin que adorna su metálico morrión, durante la Semana Santa, para él no hay peor enemigo que un «judío» de la «cola blanca». Y a la inversa.
El «judío» tiene sus momentos de gozo, cuando va por la calle saboreando con deleite el claro sonido de su tambor, con las piernas abiertas, tocando con todas las fuerzas de sus hercúleos brazos, poseído de su papel, muy digno, muy serio, saturándose de la bizarría del redoble…».