DOS SUFRIMIENTOS DE MI INFANCIA

Llegó una carta de mi abuelo paterno, quien vivía en Córdoba, para que yo fuera a pasar unos días con él en su casa, arrendada en la Puerta del Rincón de aquella ciudad. Era en marzo, unos diez días antes de San José; en ese día se celebraba su onomástica, pues se llamaba Pepe. Mis padres en aquel año, después de la gran sequía de los años 1945 y 1946, por no tener coche para ir a Córdoba debían tomar la “Alsina”, que así se denominaba el autobús que llevaba a Córdoba y que pertenecía a la empresa Alsina Graells. Unos días, anteriores a nuestra marcha, llovió en la cuenca del Guadajoz más que cuando “enterraron al Bigotes”, dicho que se exclamaba en Baena cuando caían aguas como cataratas; se anegaron las huertas del Marbella y de Castro y se derrumbó el puente que cruza al Guadajoz a la altura de Santa Crucita. Estuvo unos días el autobús sin poder atravesar el río y cuando pudo conseguirlo, vadeándolo, ya eran días alejados de la festividad de San José. Eso sucedió en 1947, según mi memoria, y me quedé sin poder ir a casa de mi abuelo. Lloré ante aquel despropósito que había hundido mi ilusión por ir a la capital. Me sentí rehén de un debilucho puente en el Guadajoz que no había tenido fuerzas para resistir las aguas que venían del Arroyo del Moral y del Carchena. No pude soportar ese choque que se quedó grabado en mi memoria. Odié no poder subir al autobús, junto a mis padres, apretados en los últimos asientos de la Alsina que venía de Granada. El puente sobre el Guadajoz fue aduana; y gendarme el río que nos obligó a quedarnos en Baena.
La carretera de Baena a Alcaudete era bastante buena en junio de 1949 para ir del pueblo a la estación de Luque y la ruta ya me era familiar por mi primer viaje a Jaén a examinarme en Junio de 1948 y porque durante la primavera de 1949, había ido en bicicleta muchas veces a esa estación desde Baena. Había un paso muy estrecho, bajo la línea de ferrocarril que a Luque llegaba desde Baena; era un breve túnel por el que podían pasar bicicletas, burros, automóviles y pequeñas camionetas y camiones de baja tara. Contemplé un día la imposibilidad de que por allí pasara una cisterna de más anchura que el estrecho túnel y me atrevería a decir que de la misma altura que el arco bajo el viaducto. Ese sufrimiento del chófer se me quedó grabado en mi mente como una divisa. La cisterna intentaba asediar al túnel con un conductor lleno de miedo en tanto que mi bicicleta no podía atravesar el pasadizo para llegar a la estación de Luque. El conductor estaba exhausto y nosotros expectantes y lleno de infelicidad y de enfado echó marcha atrás la cisterna y se dio la media vuelta en la explanada de la estación. A mis once años de edad, recién cumplidos, yo me dije que un mundo lleno de misterios y terribles poderes rodeaba a Baena y tenía intención de dañarla. Aquel quebradizo puente y aquel estrecho túnel acosaban a quienes vivían en Baena y los ahogaban. Puente y túnel fueron dos hitos que quedaron grabados en mi mente infantil.
Cuando en Junio de 1977 UCD ganó las elecciones y yo encabezaba la lista de esa formación política se abrió para mí la oportunidad de conocer a Joaquín Garrigues Walker, ministro de Obras Públicas y a Ignacio Bayón, presidente de Renfe. Desde el puesto de Secretario General de Agricultura tuve la influencia suficiente para que el proyecto del nuevo puente sobre el Guadajoz, cerca de Santa Cruz, sobre la carretera de Granada a Córdoba, se despertara y saliera del sueño en que su presupuesto había quedado sumido. Ejecutar la obra del puente fue más fácil que desmontar los estribos del viaducto sobre el que pasaba el ferrocarril Baena-Luque. Ignacio Bayón eliminó un estribo, lo que permitió que cisternas de gran capacidad, llenas de aceite, pudieran salir de Baena. El otro estribo desapareció años después, cuando yo ya había dejado, en 1982, la política.
Aquel viaducto y el viejo y endeble puente no fueron por más tiempo obstáculos para entrar y salir de Baena por la carretera general de Badajoz a Granada. Moví mis influencias de modo consciente, impulsado por aquellos sufrimientos emocionales, vividos en mi niñez en Baena. Los tuve por divisa desde mi niñez hasta que pude influir para eliminarlos, como gendarmes diabólicos.

José Javier Rodríguez Alcaide
Catedrático Emérito de la Universidad de Córdoba

Rio Guadajoz

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