Hoy cumplo 75 años de edad. A esta edad todavía se puede divisar en la lejanía una tierra exuberante de verdor, unos despachos embellecidos por mi trabajo, unos datos que proclamarán la utilidad de mi esfuerzo. No podré levantar una pirámide, ni una nueva torre, pero sí un romántico castillo en el que pasar los días que me queden; un castillo construido y forjado en ideas, visiones y ensueños.
A mis setenta y cinco años puedo contar algunas historias como hace cualquier abuelo a sus nietos, pero en ninguna de estas historias deambulaban fantasmas que generen pesadillas. La vida es larga y hay que bailarla con cuidado procurando no pisar con las suelas de nuestros zapatos ningún corazón humano. He pasado esta vida con arrepentimientos pero sin remordimientos porque creo no haber pretendido hacer mal a alguien. También la he pasado con agradecimientos a Dios por no haber fallecido en un accidente de carretera y en otro de ferrocarril; por no haber tenido miedo ni temblado la tarde-noche del 23 de febrero de 1981. Agradezco al Señor el que pensamientos abrumadores no invadieran mi cerebro en ese fatídico día del golpe de Estado, pensando en una marcha fúnebre.
Ayer cumplí cuarenta y cinco años de matrimonio con Maribel. Esa vida, sonata pasional, polca alegre, pasodoble juncal, bolero melancólico y canción popular ha pasado vertiginosamente. Hemos pasado, ella y yo, por el quirófano. Ella no solo para parir dos hijos y yo para poder seguir caminando a pie. Hemos conseguido expulsar el hambre con nuestro trabajo y ella ha dado un aire alegre y jubiloso al hogar. A los sones de su alegre voz bailan juntas en casa, cuando llegan nuestros nietos, la alegría y la actividad culinaria. Yo admiro su vanidad de ser abuela.
A mis setenta y cinco años no tengo que olvidar malos recuerdos ni que dominar miedo alguno. No hay risas burlonas respecto de esta larga vida ni la contradicción entre taberna e iglesia. No tengo quejas que me hagan destrozar el compás de mi vida, que jamás se alimentó de cuentos fantásticos.
Ahora estoy escribiendo, en la cocina de mi casa, cubierto el cielo de nubes amenazadoras sobre la piscina de la comunidad. Solo, con las cortinas corridas y la luz encendida, siento en mis espaldas los estremecimientos de mis años. Miro al recibidor y nadie está oculto acusándome de algo malo que yo haya hecho. He pasado una vida sin miedos pues no me han amedrentado las noches y sus silencios. Nunca he tenido que arrebajarme en la cama y taparme la cabeza con una manta.
No se si llegará el día en que derrame lágrimas de anciano o que mi cabeza se incline sobre mi pecho en muda oración implorando consuelo. Ahora alzo los ojos al cielo en agradecimiento por haber podido mitigar mis dolores lumbares de juventud y madurez. Pido al Señor no entregarme a la desesperación ni al impotente lamento.
Despedí mis setenta y cinco años en la iglesia de San Lorenzo, junto a mi mujer, en los oficios del sábado de Gloria. Fue una vigilia magnífica que finalizó pasadas las diez de la noche. Gallardía de la luz de las velas de quienes llenábamos el templo y fortaleza del agua que da la vida. Luz para la resurrección de mi vida que se agota; agua para vivir esa resurrección. Luz de dos velas que en el Sábado Santo de 2011 habían retornado a casa y que el pasado día 30 volvieron a lucir para entrar en nueva resurrección. Luces, portadas por Maribel y por mí mismo, que esperan un nuevo sábado de vida en 2014. El campanilleo de campanillo del altar mayor fue sonido de buen agüero. Dios no nos ha enviado lobos a nuestra vida conyugal sino el placer de la abnegación. No ha habido infernales cascabeles en nuestra vida y por ese regalo debo dar gracias a Dios.
Creo sinceramente que mi vida no ha sido un bosque desierto; he vivido la felicidad en mi hogar residencia; por eso no debo economizar en salmos de agradecimiento a Dios y a mis amigos y compañeros. Deben mis cantos alabar al Señor por estos años de dicha. Mi corazón se llenó de gozo al contemplar centenas de luminarias que resplandecieron en el oscuro templo de San Lorenzo y se elevaron al cielo. Luces que embellecen y que esparcen resplandores contemplando la resurrección de la vida. No ha habido cuervos anunciando desgracias en mi vida.
Y en este año de 2013, con seis días de anticipación a mi cumpleaños, el Ayuntamiento de Baena me honra con el título de hijo predilecto de ese pueblo que me vio nacer. Ese nombramiento me descubre la belleza del corazón humano y la cortesía nada novelesca y vana. Y la sensibilidad de dos mujeres, María Jesús, alcaldesa de Baena y Amalia portavoz de la oposición. Ese nombramiento, como hijo adoptivo ha hecho mi camino de Córdoba a Baena, llano, sin piedras, sin montañas ni ríos, para llegar a la Almedina bailando y cantando. En este día lluvioso las brumas se han reabsorbido como por arte de magia.
Un día de promesas es este en el que la florecilla de mi nieta vendrá a cantarme su jocoso “cumpleaños feliz”. María, mi nieta, revestida con los fulgores de su hermosura, me anunciará todo lo bueno y bello que me está por venir. Viva, como un rayo; disfrutará del flamenquín y tortilla de patatas que durante dos horas le ha estado preparando con mucho amor su abuela.
Yo, ahora, espero que se cumpla mi sueño: ver tierra de exuberante verdor y tener la perspectiva sana y clara para contemplar mi esfuerzo, agradeciéndoselo a Dios.