RELATO «MIS RECUERDOS DEL MARBELLA», de Rodríguez Alcaide (*)

¡Qué estrecho era el cauce del río Marbella, el que le contó la historia de Baena a mi padre! ¡Cuántas veces he bajado a su azuda en la que resplandecían los reflejos rosados del sol! ¡Qué magníficas sombras en los veranos! De los álamos blancos y de los olivos cercanos y de la vieja parra retorcida de la que colgaban sus vástagos enracimados.
El Marbella con su agua dormida, majestuosamente remansada y tranquila en la azuda, pasaba y pasaba y se olvidaba de la iglesia de San Francisco y que en ella en su camarín le esperaba el Nazareno. Esa agua remansada se asemejaba a una anciana que agoniza sin poder derramarse en los surcos de las huertas. El resto de agua, escurridiza, se encaminaba hacia Izcar reposadamente y sin ganas de dejar Baena. ¡A la vera de ese río le han colocado hoy una depuradora para que mis paisanos no lo enmugren con sus deshechos!

Juncias, carrizos, aneas, juncos cubren sus bellas riberas en la que nadie puede vagar errante ante tanta belleza. Hay bullicio en Pascua de Resurrección alrededor de la temprana lechuga y hay calor agobiante, vivo y más ardiente cada día, cuando el jubileo llega y el sol se remonta al cénit del cielo de Baena.

Aquel río Marbella era fresca ilusión en mi niñez de tierra prometida. Allá, abajo, el paisaje perdía su tristeza de sementera y desde el río se contempla; casi se puede coger con la mano, mi pueblo, su San Francisco, la torre de San Bartolomé y la mayor de Santa María con su puntiagudo campanario que se realza al sol de poniente. No es un pueblo de gallardetes y banderolas sino de blanca cal desde la ribera hasta la Almedina. Por sus orillas caminé cuando el sol las ahueca y abrillanta y por sus hierbas, casi pantanosas, los cañizos y las juncias, zumbándome los mosquitos.

Divisé palomas zuritas que beben de sus aguas y en verano alisan con el agua sus plumas y escuché el tañido del campanillo de San Francisco en el declinar del día, recordando que debía regresar a mi casa. En el río Marbella yo de niño he sentido gozo y calma. Ese Marbella, que melancólico se alejaba para esconderse en las soledades de Izcar, para desahogar sus lamentos a la sombra de matorrales en el Guadajoz, y dejándome triste. Nunca fue este Marbella; guarida de venenosas culebras, sino amigo de mi padre a quien le contó la historia de Baena. Fue gozo de mi alma y nunca fue mugido sombrío o rumor espantoso cuando yo descendía a su azuda. Siempre fue feliz presagio para mí; por eso del Marbella tengo tan grato recuerdo.

(*) José Javier Rodríguez Alcaide es catedrático emérito de la Universidad de Córdoba e Hijo Predilecto de Baena.

NOTA: La foto corresponde al río Marbella a su paso por el paraje de la ermita de Los Ángeles.

Mis recuerdos del Marbella

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