Este bello artículo que incluimos se publicó en febrero de 1926 en la revista ‘Andalucía Ilustrada’, en la que era redactor jefe el baenense Fernando Vázquez Ocaña. El texto, que bien puede ser obra del propio Vázquez Ocaña, es una emotiva descripción del sentimiento de los baenenses hacia la imagen de Jesús Nazareno. La fotografía, que tampoco viene firmada, podría ser de Fernando Horcas, que era el fotógrafo de la publicación cordobesa en Baena. Os dejamos con este bello artículo y la imagen que lo ilustraba.
NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO
Si queréis ver a un pueblo encendido de fe y de ternura ante una imagen, id a Baena por Semana Santa.
Los baenenses, esos días de ejercicios expiatorios, sacan a su Padre, el divino Jesús Nazareno, para que bendiga a la ciudad. Y cuando aparece la sobrehumana cabeza a la puerta de San Francisco, la iglesia de las monjas humildes y los viejecitos sus hijos, cuando asoma la testa espectral y bellísima, labrada por algún iluminado de Italia, se produce en la multitud un susurro inefable, música de preces y de súplicas que parece el sollozo de un niño arrepentido.
Es un momento que nunca se olvida. Toda la noche del Jueves Santo oiréis que los tambores tocan a funeral. Antes del alba la gente se dirige a la empinada calle de San Francisco, que como la de la Puerta de Córdoba y todas las que de aquella parte suben desde el Marbella a la Plaza Vieja, son un hormiguero. Los nazarenos de la cofradía de la excelsa imagen, con sus túnicas y cucuruchos morados y sus cruces negras, desfilan silenciosos hacia la iglesia, constituyendo a la luz lívida de la madrugada, una fuerte nota patética. Llegan también los trajecillos morados como llaman a los adeptos de otra hermandad.
Poco a poco va clareando. Los mejores redoblantes hacen reír a sus cajas en el interior del templo y de vez en cuando resuena como un desafío el tararí floreado de los trompeteros. El artista halla, sin esfuerzo, una intensa sugestión de populacho que preparara un sacrificio. El matiz más difundido es el morado de las cofradías, violentamente interrumpido aquí y acullá por el rojo de los judíos de la turba tamborilera. Bullicio plástico. La constricción florece sutilmente en aquel ambiente de fariseísmo.
De pronto, todo queda suspenso. Hasta la luz recién nacida. Es que sale Nuestro Padre Jesús Nazareno. ¿Por qué el corazón late dulcemente? La sublime cara, destacándose del fondo obscuro del atrio, refleja una tristeza infinita. Es un Dios noble y melancólico que surge de una cripta. Los ojos, la boca y la celeste frente de la imagen dicen una queja inmensa, una queja inmensa y suave que ningún hombre podrá repetir. Las manos, pálidas y finas, se crispan en la cruz. La grandiosa cabeza mira a la muchedumbre y parece decir: “Es por vosotros”. Y si en aquel instante un observador contemplara a la gente, vería que todos han comprendido, y que están en éxtasis los ojos de hombres, de mujeres, de niños, unidas las almas por un potente sentimiento de adoración. Y brota del pueblo un aroma de primitiva piedad, que hace pensar en la posibilidad de la regeneración humana.
-Nuestro padre -murmurará algún viejo endurecido en la besana.
-¡Pobrecito!, -exclamará una madre.
Y si en aquel momento alguien osara cometer una irreverencia con la sublime escultura sería lapidado. Porque los baenenses, sin que falte uno, forman una muralla de corazones vibrantes cuando se trata de su Padre Jesús Nazareno, el de San Francisco.
En aquella hora de color y espiritualidad nazarenas, el alma de Baena es un lirio. Calle arriba llevan a Nuestro Padre Jesús. Se escucha la armonía augusta del ‘Octava Mater’. Y el sol, como una hostia empapada en sangre divina, envía al pueblo ferviente su comunión.
Cristo sube al Coso a bendecir a Baena.