El 10 de abril de 2010, el Grupo Cultural Amador de los Ríos organizó una conferencia para conmemorar el quinto centenario de la fundación del convento de Madre de Dios. El conferenciante fue Manuel Horcas Gálvez, cronista oficial de Baena. Éste fue uno de los actos que celebró la asociación cultural para remarcar la importancia de esta efemérides, a la que se unió otras iniciativas como la realización de un logo conmemorativo especial, la edición de camisetas para conseguir fondos para el convento o la edición de un libro de Alfonso Torrico Lomeña para recaudar fondos para el templo baenense. A propósito de esta celebración, el Grupo Cultural Amador de los Ríos reivindicó la declaración de la iglesia de Madre de Dios como Bien de Interés Cultural (BIC) por la Junta de Andalucía.
Incluimos a continuación un breve extracto de la magnífica conferencia de Manuel Horcas Gálvez:
“Haciendo uso de ese extraordinario poder que tiene la imaginación para trasladarnos en el tiempo, yo les pido que retrocedan conmigo cinco siglos. Son los albores del XVI. En la villa de Baena hace ya bastantes años que transitan con cierta frecuencia por sus caminos o cruzan sus calles, entrando y saliendo del castillo, nobles de elevada alcurnia acompañados de su séquito, prelados de la Iglesia con su cortejo de clérigos, altos dignatarios del Estado y militares de alta graduación con su tropa, e incluso reyes de Castilla cuando la reciente guerra de Granada.
Es viernes, 7 de noviembre de 1511. No deja de llamar la atención un lucido cortejo que sube por la Calzada que conduce a la Almedina y al palacio. No es muy numeroso, pero sí bastante selecto. Acompañadas del Conde (el tercer conde de Cabra), altos cargos de la orden dominicana y algunos miembros de la nobleza, llegan en varias carrozas las protagonistas, seis monjitas dominicas, alguna casi niña, procedentes del convento de los Ángeles de Jaén. Vienen a poblar el recién creado convento, aunque hasta el momento es poco lo que hay construido de él, pues las obras no avanzan al ritmo que fuera de desear. Es una fundación del tercer Conde de Cabra y su esposa, que figurará bajo la advocación de la Madre de Dios, y de forma más especial, de la Encarnación, aunque esta última nunca se usó (…).
Aunque no sabemos cuándo se gestó la idea de la fundación en la mente Diego Fernández de Córdoba, quinto señor de Baena y tercer conde de Cabra, debió ser consecutiva a la bula pontificia que autorizaba la erección de la capilla mayor de Santa María (1497). Unos meses después, aprovechando una estancia en Baena, y lógicamente alojado en las dependencias del castillo, del padre fray Luis de Torres, provincial de los dominicos de Andalucía, se trataría en conversación el futuro de las hijas de los condes. El 17 de mayo de 1498, el padre Torres otorga una licencia a la priora del convento de Santa María de los Ángeles de Jaén para que reciba en él a las hijas de los condes de Cabra, Diego Fernández de Córdoba y Francisca de Zúñiga y Castañeda. Las monjas así lo aceptaron. Sin embargo, la primera de ellas y la única que profesó, Juana de la Cerda, no entró en el convento hasta los primeros días del año 1507, a causa de su corta edad.
Pero D. Diego, y más probablemente la condesa, quería tener su propio convento en Baena, y para ello se valió de las influencias de su confesor, el P. dominico fr. Domingo Melgarejo, más adelante general de Andalucía, quien obtuvo del papa Julio II la correspondiente bula autorizando la fundación. Con ella se iniciaba realmente el proceso, cuyo aspecto formal queda recogido en tres documentos:
CONDICIONES DE LA FUNDACIÓN
El primer documento data de 1510, y es la escritura de fundación, suscrita de una parte, por el conde y la condesa como fundadores autorizados por el papa, y de la otra, por el padre fray Alonso de Loaysa, vicario provincial de Andalucía, y el padre maestro Funes, provincial de toda España, en representación de la congregación dominicana.
Para el mantenimiento de la comunidad se fija una renta anual, consistente en 30 cahíces de trigo, 100 fanegas de cebada, 60.000 mrs. y 40 @ de aceite, que aportarían los fundadores. Esta renta debía ser fija, de modo que si en algún tiempo y por cualquier medio, dote, herencia o donativo, el convento llegara a ser titular de bienes raíces que produjesen más de esa cantidad, quedaba obligado a venderlos y convertirlos en otros aprovechamientos, generalmente censos o dinero en metálico.
Pareció oportuno, y así quedó acordado, que el número máximo de religiosas había de ser de 35, y sólo se podría exceder este número si se trataba de parienta próxima de los señores de la casa de Córdoba o porque fuese de mucha utilidad para el convento por la cuantía de su dote.
Cubierto este primer trámite, se iniciaban las obras de construcción de la casa en que debían alojarse las primeras monjas, que sería el germen del convento.
En 1511 el padre fray Alonso de Loaysa fue electo provincial de toda España, y como se preveía la pronta separación de la provincia de Andalucía, dio licencia para la creación del convento, aunque aún no estaba construido, para incorporarlo con los demás de la provincia y hacerle partícipe de los bienes espirituales y temporales de ella. Ordenó que las fundadoras viniesen del convento de Nuestra Señora de los Ángeles de Jaén, y que entre ellas estuviese Dª Juana de la Cerda y Santo Domingo, hija del conde, quien desde ese día sería la primera priora.
El segundo documento data de 1515. En relación con lo pactado sobre el número de monjas, le pareció al fundador que mientras se acababa de labrar el convento, éstas no podrían superar el número límite de 12 monjas, que ya se había alcanzado. Por ello el 4 de noviembre de ese año se firma escritura ante Gómez de Santofimia, escribano de Baena. Por ella se establece que al ser la tercera parte de las monjas, la dotación debía quedar también reducida a la tercera parte, fijándose en 100 fs. de trigo, 30 de cebada, 20.000 mrs y 13 @ de aceite. En la escritura se fija sobre qué bienes se habían de cargar los pagos.
En los años siguientes el número de religiosas no dejó de aumentar, hasta el punto de que en 1522 se había llegado ya al completo. Por esa razón la priora y religiosas pidieron al conde que hiciera nueva escritura de la dotación del convento según se acordó en la primera que se hizo. Este tercer documento se firma el 22 de octubre de 1522 ante el escribano Gonzalo de Pareja, acordándose unas cantidades que se pagarían perpetuamente en concepto de dotes y alimentos de las hijas del conde que habían profesado en el convento. Aunque eso no era exactamente lo que pretendían las religiosas, al fin quedó establecido así: 200 fs. de trigo, 130 de cebada, 30 @ de aceite y otras 30 de vino (…).