El 30 de enero de 2010, el Grupo Cultural Amador de los Ríos presentó el libro ‘Como posos de café’, de Isabel Morales Trillo, una interesante incursión en los años de la guerra en Baena y en la posguerra. Isabel Morales, descendiente de baenenses, nos muestra el viaje interior de una mujer desde el pozo oscuro de la Guerra Civil hasta nuevos horizontes de esperanza y libertad. Editada por Onagro Ediciones, el acto tuvo lugar en el viejo instituto Luis Carrillo de Sotomayor.
Os dejamos con un fragmento de esta bella novela que nos retrotrae a otros tiempos en Baena:
“DESDE el cementerio se ve cómo cae Baena en una cascada. En lo más alto, la silueta de la torre de Santa María la Mayor y la estructura abalconada del Arco de la Villa que pertenece al convento de Madre de Dios. Desde el cementerio, si se mira hacia el este al amanecer, el cerro cubierto de casas queda en sombra, recortado a contra luz. Las fachadas no parecen blancas sino gris perla, de un gris azulado y limpio. ¿Cómo iba yo a pensar entonces que aquella imagen de mi pueblo se quedaría como una fotografía intacta en el recuerdo? Si miré hacia atrás, fue porque salimos familias enteras entre dos luces hacia la campiña. Y a golpes secos se oían tiros desde la lejanía, como petardos de feria: sordos. Invisibles. Huíamos todos. Hombres y mujeres y niños. Subíamos la loma la mañana del cinco de agosto. Huíamos como una manada de animales asustados. Corriendo un poco, a veces, cuando sentíamos silbar las balas. Las balas también silbaban como tabarros que volaran sobre nosotros. Los hatos de ropa sobre la espalda. Miguel a horcajadas sobre un borriquillo que le dejaron a mi padre, con su pierna escayolada y algunos archiperres. Gritaba, arre, arre. Hacia la huerta de la Castreña nos dirigíamos. Una casona amplia tenía la Castreña en su huerta cerca del río. Casi parecía que nos íbamos unos días de vacaciones, igual que otros veranos escapando del calor seco. Pero en esta ocasión medio pueblo escapó de los disparos, incluso, de la muerte. Algunos sin saber hacia dónde, sin conocer el destino de aquella larga caminata (…).
Ni siquiera sabría contar exactamente cuántos vivimos allí el verano de mil novecientos treinta y seis. Si dijera que lo recuerdo todo, mentiría. La memoria se compone de piezas sueltas, como fragmentos de un rompecabezas en donde uno va colocando imágenes, escenas, frases y conversaciones que se quedaron grabadas sin conocer el porqué y, en ocasiones, tampoco cuándo o, incluso, a qué lugar pertenecen.
La memoria conserva agujeros negros como pozos profundos de agua. Yo me asomo a uno de ellos queriendo distinguir los reflejos del fondo. Que deje a los muertos tranquilos bajo tierra. Hay quien prefiere el olvido. Pero el olvido jamás remedió ninguna herida. Que entierre todo aquello, me dicen, que deje al tiempo borrar los horrores de la guerra. Sin embargo, yo todavía siento un escozor y un desasosiego en el alma, como si me echaran un chorro de alcohol sobre una brecha. Las señales que nos han marcado la vida a la gente de mi época, a los más viejos y, sobre todo, a los más niños. ¿Cómo podría abandonar la memoria a la deriva? En el huerto de la Castreña, durante aquellas tardes largas de verano, pensaba por qué Dios permitía que sucedieran aquellas cosas (…).
Foto: F. Expósito.
Nota: En la imagen, la autora del libro, Isabel Morales (izquierda), junto a las personas que participaron en la presentación de la publicación.