por José Javier Rodríguez Alcaide
Entrar al patio ajardinado del Real Círculo de la Amistad no es extrañamiento onírico que enseñoree el recuerdo de un antiguo segundo claustro pero es estar flotando en ambiente señorial. Allí di un abrazo, en el primer claustro, al pintor -escultor- ceramista Paco Ariza, hombre de pequeños ojos escrutadores, nada melancólico y casi místico. Acompañado de Juana y de su hijo, Paco no tenía prisa alguna ni le acuciaba la impaciencia , pues a sus 77 años de edad el se considera minúscula pieza del Cosmos. Habla como susurrando en algunos de sus soliloquios cuando contertulia y es silenciosamente insumiso y decidido a seguir experimentando sensaciones de creador. Sentado en la primera fila del Foro contemplaba el documental que Miguel Ángel Entrenas y José Cañete habían filmado sobre su persona, sita entre «el cielo y la tierra». Lo percibí placentero al dejar correr retazos de su vida entre la Almedina y el Molino, especie de hechizo que le invitaba a la indolencia y a la contemplación.
Había entrado en el Foro desde el claustro principal, tras atravesar el frondoso y arbolado jardín del Real Círculo de la Amistad, Liceo que recibe a los artistas con amistad, vieja hidalguía y obsequiosidad. Eran las ocho y media de la tarde y la luz del sol había desaparecido tras el toldo de nubes que se habían colocado sobre este lugar.
Los comentarios de Paco Ariza en el coloquio, tras la exhibición del documental, no eran borrosos sino penetrantes, producto de pensamientos profundos y graves rodeados de cierto halo de paz, alegres y alejados de la tristeza. Sus palabras adquirían solemnidad por su sencillez e importancia en su camino hacia sus silencios.
Para crear, Paco Ariza quiere estar solo en su huerto con sus olivos, porque la soledad hace madurar su originalidad, su audacia en la búsqueda de la belleza. A quienes no conozcan la soledad de la creación les parecerán absurdas, desproporcionadas y hasta ilícitas sus últimas composiciones pictóricas. Es verdad que de algunas de sus pinturas fluye la inquietud de su propia contradicción.
Conversó Paco Ariza, sin darle importancia, sobre su realidad, que a mí me parece trascendental, como si él muchas veces hubiera meditado sobre la enigmática vinculación de su libertad creadora y la del Creador del Cosmos, para que por esa vinculación pudiera surgir la belleza. Vi a un Paco Ariza feliz al expresar sus ideas, imágenes reveladoras de un sueño nada trivial e inservible. Me impresionó la imagen que tiene de la libertad creadora, aprisionada en una jaula a la que le falta un último barrote para ser convertida en prisión de su voluntad.
Paco Ariza, amigo desde nuestra niñez, tiene un caminar muy liviano, despacioso pero rondando la altivez que nace de su pudor casi infantil. Admiro en este artista el que de tanta su liviandad hayan podido fluir obras tan bellas.