por José Javier Rodríguez Alcaide
He dedicado con deleite muchas horas a leer y a releer “Torreparedones, investigaciones arqueológicas, 2006-2012″, editado por la Universidad de Córdoba y por el Excelentísimo Ayuntamiento de Baena. Tengo que ensalzar la voluntad de desenterrar ese nombre, después de haber estado varios siglos sepultado. En esta cuidada edición queda al descubierto la huida de los habitantes de Torreparedones, que dejaron sus cicatrices y sus huesos, insensibles al olvido.
¿Qué es Torreparedones? Es huida hacia atrás y hacia adentro; es lugar de respuestas cada día más posibles. Los «por qué” sobre Ituci Virtus Julia cada año nos dan repuestas detalladas que confirman que aquel lugar no fue el vacío. Cada una de sus piedras en su contexto es respuesta que completa su sentido vital y sirven para rastrear los significados arqueológicos, aún insatisfechos.
En la lectura de este magnífico libro descubro que Torreparedones tiene el poder de sus todavía silencios, porque cada resto encontrado anima la lógica y los significados del arqueólogo inquieto, que expresa, hasta la saciedad, los miedos y dudas de sus sueños. Ituci es la ciudad tapada de los sueños del arqueólogo, que se cumplen, porque no son sueños ingenuos.
Cada página del libro y sus hallazgos son los entresijos de la historia de ese pueblo. La insistencia y la perseverancia son agua bendita y santos óleos de quienes investigan ese cerro, perteneciente a Baena, y antes a Castro el Viejo.
Cada descubrimiento es veneno, necesario, que hace gritar al silencio. Las piedras de Torreparedones son sus raíces con agua que han transformado en huerta aquel viejo desierto, que describen su pérdida de memoria, que lo salvan de su inexistencia.