Os reproducimos el inicio del cuadernillo sobre la fundación del monasterio de Madre de Dios que presentaremos este sábado.
Os esperamos, a partir de las 20.30 horas, en la Casa de la Cultura.
«Haciendo uso de ese extraordinario poder que tiene la imaginación para trasladarnos en el tiempo, retrocedamos cinco siglos. Son los albores del XVI. En la villa de Baena hace ya bastantes años que transitan con cierta frecuencia por sus caminos o cruzan sus calles, entrando y saliendo del castillo, nobles de elevada alcurnia acompañados de su séquito, prelados de la Iglesia con su cortejo de clérigos, altos dignatarios del Estado y militares de alta graduación con su tropa, e incluso reyes de Castilla cuando la reciente guerra de Granada.
Es viernes, 7 de noviembre de 1511. No deja de llamar la atención un lucido cortejo que sube por la Calzada que conduce a la Almedina y al palacio. No es muy numeroso, pero sí bastante selecto.
Acompañadas del Conde (el tercer conde de Cabra y quinto señor de Baena), altos cargos de la orden dominicana y algunos miembros de la nobleza, llegan en varias carrozas las protagonistas, seis monjitas dominicas, alguna casi niña, procedentes del convento de Nuestra Señora de los Ángeles, de Jaén. Vienen a poblar el recién creado convento, aunque hasta el momento es poco lo que hay construido de él, pues las obras no avanzan al ritmo que fuera de desear. Es una fundación del tercer conde de Cabra y su esposa, que figurará bajo la advocación de la Madre de Dios, y de forma más especial, de la Encarnación, aunque esta última nunca se usó.
Pero esta es sólo una fecha concreta: la llegada de las nuevas pobladoras de su clausura, y la puesta en marcha, aunque fuera simbólica, del convento. En realidad, el proceso de fundación no es un hecho puntual y aislado. Hemos de circunscribirlo en un largo proceso de fundaciones que abarca varias generaciones antes y otras tantas después, y todo ello es derivado de las íntimas relaciones entre la Casa de los Fernández de Córdoba y la orden dominicana (…)».