Por José Javier Rodríguez Alcaide
¿ Qué le quedaba ?
Esa costumbre de seguir viviendo.
¿ A quién tenía que temer ?
Laurita era quien podía ser,
sin engañar a nadie ni a ella.
Su abrazo y su sonrisa ,
imperante en sus días penúltimos,
me resultaron satisfactoria ofrenda,
fulgurante hallazgo,sentada a mi lado
en el Liceo de Baena.
No hubo murmullos que alterar consiguieran
su plácido vivir diario. No hubo voraz desasosiego
en su hogar de la calle Llana que naciera de su corazón,
ni vértigo.
Exhausta de paz se ha marchado ,
sin ánimo para otra empresa.
Su vida fluyó en un remanso de aceite hirviendo
en mínimos murmullos de dorados churros
mientras su hermano Miguel me distraía
con sus cabras en el ordeño.
Fue culmen de hermosura.
Siempre en sus brazos fui
niñez de paz , y cuando me dejaba,
desventura.