Por José Javier Rodríguez Alcaide
Anoche ante las sombras de Juan Alfonso y del santo de Henares se enlazaron de mi niñez la aceituna y la espiga bajo las tenues luces que desde el Coso imploraban al cielo,como ambarinas lenguas,mi deseo de retornar a mi infancia en Baena.
Ansiaba que los arqueros que en las almenas de la torre custodiaban a Gonzalo dejaran descuidadas sus aljabas para poder liberarlo de la jaula donde lo tenía apresado el de Baena, Cabra y Sessa.
Acababa de rociar de agua la plaza el firmamento y nosotros hicimos cauce cumplido a don Manuel Nieto para que nos contara sin cuentos la razón del apresamiento de don Gonzalo Fernández durante aquel cuatrienio y al fuero de Cabra su sometimiento.
La sala del Amador de los Ríos repleta de oídos estaba cuando se hizo el silencio y don Manuel relató las rencillas de los de Aguilar por unas lindes y unas rentas,por unas alcuzas de aceite y unos azumbres de anís, que llevaron al hijo del Señor de Baena aherrojado a la torre de Belén y luego, como revancha, a don Gonzalo, joven enjaulado, mayor pero sin voz, a la torre del castillo de Baena, ese capitán que solo era guerrera y joven promesa para la Reina.
Me imaginé a Gonzalo entre espadas y linternas,junto a la del Carpio, guardado por escudos y adargas desde Santaella a Baena marcando los del señor de Cabra vientos de guerra. Cuántas trompetas de triunfo sonaron cuando la jaula estuvo llena. No me lo supo decir el conferenciante pero seguro estoy que en la torre guardaba el Gran Capitán su oscura belleza.