En el próximo mes de marzo, cuando estemos en plena Semana Santa, se cumplirán tres años del día en el que el Ayuntamiento de Baena pleno me concedió el título de Hijo Predilecto. No revistieron las jambas de la que fuera puerta de mi casa en calle Córdoba con laurel ni colocaron cívica corona sobre el dintel de aquella casa ni recubrieron con chapa dorada las columnas de mi patio. Hicieron algo mucho más perenne y honroso: me nombraron Hijo Predilecto de Baena por petición del gremio de olivareros, quizás debido a mi fortaleza en la defensa del aceite de oliva virgen de las calcáreas tierras de la comarca, a la justicia que con esa defensa hice a mis paisanos olivareros y a la piedad con la que ungí mi cuerpo mediante ese óleo sagrado. En lugar noble de mi casa tengo ese nombramiento y públicamente lo hago constar cuando se acerca mi setenta y ocho aniversario, afirmando que ser Hijo Predilecto de Baena ha sido el ápice de mi carrera. Soy a mucha honra, baenense.
Este título honra más que ser llamado “señor” o “rey”, dado que mi ciudad, como cariñosa madre, me ha enviado bastante luz, abundante agua y refulgentes rayos de sol para amarla, además de sonora música para cantarla.
Aquel día, en el que recibí el nombramiento de Hijo Predilecto de Baena sentí la alegría del niño cariñoso que se esconde en los brazos de su madre, siente el calor de su pecho, rodea el cuello materno con brazos débiles, percibe amorosa acogida en la sonrisa materna. Cuando recibí el título en el Liceo no tuve junto a mi a la mujer que me dio su sangre pero sentí las caricias de quien me cuidó de niño, que en ese momento tomaba mis manos con maternal amor y así permaneció durante toda la ceremonia. Esa mujer, subrogada de mi madre, era Laurita la Churrera, quien está ahora con ella en el Cielo.
Al recordar aquella solemnidad en el Liceo me siento más deudor de Baena.
José Javier Rodríguez Alcaide
Hijo Predilecto de Baena