Por José Javier Rodríguez Alcaide
(Dedicado a Manuel Albendin Pedrajas)
Cuando era niño
uno de mis amigos organizaba
un cisco,
pendenciero.
Alborotaba en el recreo
hasta crear un tiberio.
Otros, al salir de clase,
con tizón pintarrajeaban
la pared del colegio.
Al rato, paz y sosiego.
A Córdoba marché en la Alsina.
Baena quedo en silencio.
¿A dónde voy? Pregunté.
A Córdoba, dijo mi padre
a «aprender del brillo de los luceros».
Dejé a Baena muy triste
pero sonriendo.
Verdor dulce del Marbella.
Cuando a él yo regreso
las huertas están durmiendo.
Subo por el sendero
hasta llegar a mi casa,
junto a la de Pablo,
el barbero.
A Baena he vuelto
después de un largo faltar.
Mi casa perdió su faz.
¡Plaza Vieja está en silencio!
¡Yo no vuelvo del destierro!